El inesperado desafío de volver al propio país

Volver al país de origen, a ese que te aportó con una cosmovisión, que te formó en ciertas rutinas y costumbres que te hicieron parte, aquel lugar en donde entiendes los códigos sutiles que te hacen pertenecer. Suena calentito, relajado, fácil, como si fuera cosa de poner “play” en un dispositivo y escuchar música familiar, conocida y dejar que el canto fluya. Por lo menos, esa es la creencia y la expectativa.

La sorpresa inesperada es que volver al país de origen, para la mayoría, está lejos de ser como normalmente se cree. Es más, en muchos casos, repatriarse resulta más difícil que cambiarse a otro país, donde el choque cultural es algo esperado, predecible.

Al llegar, uno se encuentra con lugares familiares, olores conocidos, familia y amigos que alimentan esa sensación de encaje natural en tu país de origen.

Pero conforme avanzan los días, las semanas y los meses, las cosas no resultan tan fáciles como uno se esperaba. Lo que antes era espontáneo y normal, deja de serlo y las discrepancias comienzan a emerger. Notas cómo te chocan ciertas actitudes, como se frustran expectativas (propias y ajenas), cómo se siente el lugar que dejaste y cómo ahora no acomoda como antes.

A esto se suma el hecho de que muchos amigos o familiares tal vez también han emigrado, o han cambiado sus prioridades, tal vez se encuentran en una etapa distinta a la tuya y percibes poco espacio para el encuentro. Así es como varios comienzan a sentirse solos en el lugar donde menos esperaron.

Se hace evidente la necesidad de readaptarse al país, a sus costumbres, a sus ritmos, a los significados compartidos, incluso al humor. Hay una sensación de “extrañeza familiar”: es una sensación rara, en la que puedes observar desde afuera y ser testigo de todo aquello que dejó de ser parte de tu cotidianeidad en un momento. Dicho de otro modo, tienes la posibilidad de observar la cultura del país al que te insertas y automáticamente desarrollar un juicio al respecto: te resulta agradable o desagradable.

Entonces las emociones comienzan a intensificarse; tener que volver a adaptarse, normalmente trae acompañado emociones de rabia, impotencia, frustración y duda. Todo de nuevo, volver a integrarse. Cuesta, no es fácil. Muchos se enojan durante un tiempo largo.

¡Y es normal que así sea! ¿Cómo no? Si ha pasado tiempo, uno ha cambiado, y los demás también. El país ha evolucionado, es evidente que hay muchas cosas que te has perdido, que desconoces. Pero fundamentalmente te das cuenta de que eres tú quien más ha cambiado.

Pero ¿qué fue lo que pasó? Pasó que la experiencia de vida en el extranjero produjo cambios en ti. Como consecuencia del choque cultural y consecuente adaptación a tu vida en el extranjero, tus creencias y juicios se han visto cuestionados; tus valores, actitudes y rutinas se han alineado a los de la cultura que te acogió. Tu vida cambió, ganaste mucho en términos personales. Ganaste un nuevo repertorio de conductas, una nueva forma de ver y entender las circunstancias o situaciones que te rodean, nuevas experiencias que han incrementado tu autoconocimiento y confianza, nuevas destrezas y competencias de eficacia personal.

En consecuencia, es entendible que se produzca un nuevo choque al llegar a otra cultura, aunque sea la propia. Hay que tomarse el tiempo necesario para reajustarse a la nueva cotidianeidad, retomar o crear nuevas amistades, crear una nueva rutina, etc. hasta armar nuevamente una vida que te resulte cómoda, alineada con quién eres y lo que valoras.

De hecho, es muy frecuente que las personas se pregunten “¿habré hecho bien volviéndome a mi país?”. La duda sobre haber tomado una buena decisión frecuentemente permanece por el tiempo que toma la readaptación, aunque en algunos casos, puede perseverar por mucho tiempo más.

Y, de la mano con la duda, está la crítica al país de origen: hay cosas que parecen sacadas del pasado, o del futuro; el estilo de vida general puede no resultar cómodo, se le agrega una serie de adjetivos calificativos a la ciudad, tráfico, distancias, precios, clima, costumbres, la cultura, la forma de relacionarse de las personas, etc. Y es que todo se compara con la experiencia anterior y ésta se establece como el punto de referencia para desarrollar opiniones respecto de, y desde ahí evaluar, la nueva cultura (cultura del pasaporte). El criticismo puede ser agudo durante varios meses, y luego tiende a transformarse en nostalgia.

Recuerdo cuando me fui a vivir afuera, me chocaba el hecho que en todas partes me atendían muy rápido, me daba la sensación de que querían deshacerse de mí rápidamente. Y, cuando volví a mi país, me chocó el hecho que se tomen tanto tiempo en atenderme y resolver una situación nimia, me parecía una falta de respeto hacia mí y mi tiempo.

Así se siente, así se vive, se observa e interpreta todo con otros lentes. En consecuencia, es natural que surjan una serie de emociones desagradables.

Hay personas que logran superar esto medianamente rápido, para otras en cambio, toma más tiempo. Conozco personas que les ha costado reintegrarse, incluso por más de 2 años.

La dificultad para reintegrarse puede deberse a varios factores, entre ellos, el tiempo que se vivió en el extranjero, a la experiencia de vida en el extranjero, en cuántos países se ha vivido, a las expectativas que traía cuando se llegó de regreso al país, a su facilidad para adoptar cambios, a si su regreso fue voluntario o no, entre otros varios factores.

En fin, muchas personas sienten que vivir en propio país ya no es lo mismo. Algo se ha quebrado y es una sensación es muy incómoda.

Y es que hay un duelo involucrado: necesitas procesar la pérdida de lo que te reportaba vivir en el país previo.

Por lo mismo, es importante saber que es totalmente normal sentirse mal. Hay un desencuentro real con la cultura (conocida, pero a ratos ajena), por lo tanto, es normal sentirse desenganchado o desinteresado en la coyuntura nacional y/o desconectados incluso de aquellos que motivaron tu regreso, por sólo nombrar un par de ejemplos.

De hecho, es esperable de que, por un tiempo, las personas repatriadas se sientan ajenas, como pez fuera del agua, en su propio país. Y también es normal que las personas sientan emociones intensas que surgen en momentos inesperados, evocadas por estímulos inesperados. Finalmente, se trata de un proceso de duelo que hay que vivir: reconocer cada emoción, aceptarla y validarla a la luz del gran cambio que se está viviendo.

El “choque cultural reverso” como se llama al que se atraviesa cuando uno regresa al país, es un proceso, toma tiempo y es tan real y válido como cuando uno se va a vivir a otro país y experimenta el más renombrado “choque cultural”. Y ¡cómo no! Si uno ya no es el mismo ni el país al que se regresa tampoco. Todo ha cambiado. Es como moverse a un tercer país: ahora ves la realidad con otros lentes, por lo que todo se ve diferente, la experiencia es diferente, pero principalmente tú eres diferente.

Por eso, considera, a modo de consejo lo siguiente:

  • Tener paciencia contigo mismo, ser compasivo en circunstancias difíciles es un buen camino para tomar.
  • Conversar con alguien: desahogarse, hablar de los sentimientos permite aceptar el proceso en el que estás. Busca apoyo, conversa con alguien imparcial.
  • Protege los espacios de autocuidado: después de vivir en el extranjero sabes perfectamente qué te hace bien y qué no. Priorízate, sigue tu intuición.

Sin duda, podría escribir mucho más en torno al tema, hay más aristas que considerar y estrategias para facilitar la adaptación, pero me interesa hacértelo entendible, fácil y que resuene con lo que estás viviendo.

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