De vacaciones en mi país

¡Ah! ¡Que ilusión! Después de pasado un tiempo de no volver al país de origen, de no probar los sabores típicos, de no sentir olores familiares, ver a las personas que son parte de nuestra historia, volver al propio país es un verdadero descanso, como un oasis en medio del desierto.

Representa tantas cosas: reencontrarse con lo conocido, entender y sentirse cómodo sabiendo cómo funcionan las cosas (entender el sistema de salud, relacionarse con las autoridades o lidiar con la burocracia, entre tantas otras) resulta mucho más fácil.

No quiere decir que dejes de ver lo malo o descubras nuevas cosas que no te gustan del sistema que antes no te dabas cuenta.

Todo esto se soslaya, y uno permanece más en contacto con las emociones positivas, las asociadas al reencuentro, a la comodidad y a lo familiar. El goce que produce poder reconocerse en el país que consideras el tuyo, redescubrirse en una forma de relacionarse, de hablar sin temor a equivocarse o ser malinterpretado.

El placer de estar en lo conocido permite descansar en muchos sentidos. Es como ponerse ese par de jeans viejo que camina contigo, que calza perfectamente y que se adapta a tus movimientos naturalmente.

Lo conocido es, en general, percibido como más fácil. Lo familiar es lo que está dentro de nuestra zona de confort. Es lo que nos resulta cómodo, comprensible, predecible y que no requiere esfuerzo. Por eso se disfruta.

En cambio, cuando se vive en el extranjero, en especial los primeros años, hay una constante sensación de tensión, de estar fuera de la zona de confort, exponiéndose a situaciones desconocidas o poco conocidas. Y eso cansa, por eso se disfruta tanto volver al lugar donde uno siente que verdaderamente se maneja con soltura.

El encuentro

Encontrarse con padres o familiares mayores es un deleite que también va asociado a tomar consciencia que el tiempo pasa y que se han puesto viejos. Eso da miedo, da miedo imaginarse no poder despedirse. Es como si se quisiera tomar toda la savia, esencia y experiencia de las personas para atesorarlas en uno.

Primos, amigos, pares también son parte de tu historia. Muchos cómplices y compañeros de aventuras, influencias fuertes en tu vida.

Algunos más que otros, la familia y los amigos son las personas que te vieron crecer, que te conocen y te consienten. Por eso, muchas veces incluso estar con ellos en silencio se siente cómodo.

Gracias a esas personas también eres quién eres. Están incorporadas, son parte de tu historia. Y encontrártelas de vacaciones, recordar la vida con ellos, puede traer muchas emociones, algunas nostálgicas y otras de alivio.

Emociones nostálgicas porque en ocasiones uno se siente extrañando vivir en el país (¡aunque uno esté allí)! y tener más contacto con esas personas que uno siente que le hacen bien.

Emociones de alivio también se sienten, especialmente cuando uno reconoce dinámicas que no le resultan cómodas. La distancia o vivir en otra cultura protege que uno no se exponga a esas situaciones incómodas y, mientras estás de vacaciones, sublimas pensando en que esta exposición a temporal.

O sea, uno se encuentra con emociones muy contradictorias; la ambivalencia está incluida en las vacaciones.

En fin, como sea, en corto tiempo verlos a todos, disfrutarlos a todos y extraer lo mejor de ellos es tarea difícil. Normalmente sentimos que estamos corriendo para todas partes, y que no hay tiempo suficiente para dedicarle a cada uno. El tiempo es corto y hay que repartirlo.

Por otra parte, visitar la ciudad, o ciudades, tus lugares favoritos, hacer turismo en tu propio país tiene un sabor distinto y refuerza esa identidad que ya venían las personas mostrándote. En tu país de origen eres uno que no siempre se muestra en el país en el que vives: notas la diferencia, te ríes la imagen de quien eras, de las anécdotas. Pero sientes el cambio. Y es que vivir en el extranjero es una experiencia de mucho crecimiento interior.

 

La despedida

Sabemos que las vacaciones tienen un comienzo y un final. A medida que se acerca el momento del adiós, el frenesí y el querer compartir con algunos se siente más urgente. Pero también hay cosas de qué ocuparse o trámites que hacer antes de partir. Los últimos días tienen sabor a urgencia, a aprovechar cada minuto. Uno intenta sobre dotarse de todo lo que extrañas cuando estás lejos, y así tener una reserva importante de lo que te hace bien durante un buen tiempo hasta que puedas volver.

Las últimas visitas, los últimos abrazos, el desgarro que se siente al dejar a los más queridos, la preocupación por la próxima vez en volver a verlos, el miedo al que sea éste el último adiós a los más viejos.

Pero también comienza a extrañarse el volver a tu casa, con tus cosas, con tu cama, y eso conforta en alguna medida la despedida, y el tiempo en el avión.

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