Combatir discriminación con discriminación. Parte 1

Los que me conocen saben cómo me afecta la discriminación hacia los grupos minoritarios, me agrede en lo personal. Por eso me pregunto, ¿cómo hacer para combatirla? ¿levantando la voz cada vez que vea una injusticia? Absolutamente sí. Hasta ahí todo me resulta coherente y “correcto”.

Sin embargo, cuando hago doble click me doy cuenta de que implícitamente implica censurar y aplacar a la parte discriminadora, es decir, al victimario. En otras palabras, discriminar al que piensa diferente.

Todos tenemos libertad de pensamiento, pero eso no significa que podamos acometer cualquier acto; no por opinar algo no significa que lo podamos llevar a la acción. Está y debe estar regulado por las leyes y civilidad.

Pero las personas que discriminan actúan sus pensamientos. Y es difícil de evitarlo ya que sabemos que todos actuamos basándonos en nuestros pensamientos, creencias y paradigmas. Por ejemplo, si pienso que las personas de raza negra son delincuentes, lo más probable es que lo demuestre en mi actuar ya sea mirándolos desde la desconfianza, reaccionando con miedo o con enojo y rabia. Y desde ahí se abre una infinita cantidad de posibles conductas discriminatorias.

Por lo tanto, es en las creencias y paradigmas donde hay que actuar: en la educación y sensibilización de la integración como valor superior. Valor que nos lleva a pensar en que todos somos iguales, independiente de su condición u opción de vida, y a comportarnos en consecuencia.

Me refiero a que, si nos encontramos con una persona que discrimina, hay que entender que tiene que ver con su sistema de creencias, por lo tanto, con lo que ha aprendido a través de su vida, sus experiencias pasadas, cómo fue criado, etc.

Todos hemos sido formados de una determinada manera y crecimos en un determinado contexto. A todos nos han “endosado” creencias sobre el mundo y las personas sin que estas hayan pasado por el filtro de nuestra consciencia.

Muchos de nosotros actuamos como adultos basados en estas creencias o experiencias que no son nuestras, asumiendo esta herencia como propia, de manera incuestionable y determinando, de una manera u otra, nuestra identidad presente.

Esta socialización incluye las creencias acerca de otros diferentes a uno. Y esto aplica tanto a los discriminados como a los discriminadores, a las víctimas o a los victimarios. Por eso nuestra responsabilidad como adultos es cuestionar nuestras creencias.

Quienes trabajamos con personas necesitamos estar revisando nuestro sistema de creencias continuamente para poder efectivamente servir a otros que piensan distinto. Salir del propio punto de referencia para entender al otro desde su propia perspectiva y circunstancia. Es aquí donde la escucha activa realmente cobra relevancia. Y es en este tipo de situaciones cuando puede ser más difícil hacerlo: cuando pone en jaque nuestros propios valores y, en consecuencia, juzgamos la posición del otro.

Pero no somos los únicos llamados a esto: los vendedores que deben invertir tiempo con personas que los tratan mal, médicos deben atender a personas que han vulnerado a otras personas, policías que deben separar al violador de la turba de gente que los quiere linchar, abogados que defienden a aquellos que han atentado contra la ley, choferes que llevan a personas que discriminan por NSC (nivel socio cultural), etc. En fin, somos muchos que desde nuestro ejercicio profesional debemos sublimar, y realizar nuestro trabajo concienzudamente independiente de quién sea la otra persona.

Y al final, aunque cueste aceptarlo, lo que todos queremos es ser tratados con respeto y consideración.

En mi opinión, para efectivamente construir sociedad necesitamos aprender a escucharnos. Sólo cuando hay una acogida sincera a las personas diferentes a uno, u opuestas en la forma de pensar, podemos incluir al otro, pero desde su necesidad, no desde la propia, es decir, suspendiendo el juicio, evitando juzgar al otro. Cuando no hay una escucha y consideración por las necesidades de todos los grupos, estos se levantan y se sienten en la obligación de gritarlas o actuar de manera más radical, al igual que un niño grita cuando no se siente escuchado.

El otro día escuché un podcast de Simon Sinek (A Bit of Optimism) quien entrevistaba a Deeyah Khan en un episodio llamado Extreme Listening (Escucha extrema, ¡imposible mejor nombre!). Ella es una mujer musulmana que hizo un documental llamado White Right: Meeting the Enemy, y para ello tuvo que invertir tiempo con supremacistas en EE.UU. incluso poniendo en riesgo su propia integridad. La entrevista me abrió los ojos.

En el episodio ella relata que busca la luz, la esperanza, el espacio de humanidad en las personas que representan el lado oscuro del ser humano. En esa entrevista Deeyah Khan habla de las motivaciones de los grupos supremacistas, de su búsqueda, de sus necesidades humanas de pertenencia, seguridad y dignidad.

Pero lo más interesante para mí es su postura optimista y activa en pos del entendimiento del otro, la profundidad de su convicción y de cómo ella integra y abraza a personas e ideas que atentan incluso contra su definición de sí misma.

Sería muy interesante tomar consciencia que cada uno, desde su propia vereda, opina que está en el lado del bien, de la razón y del amor. Sí, del amor a su propio clan y a la supervivencia del grupo, que está siendo amenazada por el grupo opuesto y que, en consecuencia, hay que defender. Por eso su lucha. Es decir, ambos grupos, desde su entendimiento, quieren hacer el bien y cambiar las cosas para mejor.

De la conversación de Simon Sinek con Deeyah Khan, rescato como aprendizaje el mirar la situación de discriminación desde el optimismo, desde el preguntarnos si estamos dispuestos a hacer el esfuerzo por incluir al otro, por dar cabida al otro en la conversación para poder construir una sociedad inclusiva, por preguntarnos qué tenemos que ofrecer al otro. Si queremos que los racistas abandonen su manada, ¿qué otra manada o club tenemos para ofrecerles? ¿Pertenencia a qué le vamos a dar? No pueden dar un salto al vacío, la pertenencia está a la base de las necesidades humanas.

Para eso tiene que verdaderamente importarnos el racista y no despreciarlo, y eso es difícil de conseguir cuando estamos sentados en una postura valórica determinada y atrincherados tras ella.

Entonces, ¿es posible erradicar la discriminación con más discriminación? En mi opinión no. Porque cuando nos sentimos vulnerables y dejados de lado, buscamos pertenecer, incluso al lado oscuro de la fuerza. Y así se siguen rigidizando las posiciones.

¿Qué salida le veo? Sólo el entender como sociedad que estamos conformados por el yin y yang, que pertenecemos a un ecosistema donde todas las ideologías tienen cabida, donde todas las personas y opiniones pueden ser vertidas entendiendo que es seguro hacerlo y que nuestra supervivencia no está en juego.

Ahora, ¿quién tiene que dar el primer paso? Claramente los grupos minoritarios o discriminadores no. No esperaría que eso ocurra porque están operando en modo supervivencia, es decir, no hay espacio psicológico para eso. Soy yo, y cada uno de nosotros en lo individual quienes podemos hacer algo. Y ese algo es escuchar, con el corazón y la mente abierta, con sinceras ganas de entender, desde la curiosidad, con humildad para aprender del otro. Con paciencia para soportar la incomodidad que estas conversaciones nos puedan generar, con inteligencia para poder darnos cuenta cuándo estamos empezando a juzgar, y perseverar en el deseo sincero de entender. Escuchar de modo que el otro vacíe todo lo que tienen que decir, y sólo después de eso, hacer preguntas.

Hay un compromiso societal que no hemos hecho. No nos hemos comprometidos a interesarnos por el otro, por ver su lado humano, por rescatar la dignidad de todos quienes participamos de la sociedad, del yin y del yang. La sociedad y la armonía se construye desde el amor como emoción básica: hay que dar la oportunidad para que todos se sientan incluidos, pero el espacio se los tenemos que hacer quienes no somo discriminados por ser negro o por ser racista supremacista, o por lo que sea.

Debemos tomar consciencia que ellos necesitan de validación de sus necesidades básicas, construir relaciones de confianza y ofrecerles un lugar en la sociedad (¡no el de antagonista!). Las atrocidades ocurren cuando las personas se sienten marginadas, cuando no tienen dónde ir o por qué vivir.

Y Tú, ¿en qué sociedad quieres participar? ¿Cómo puedes aportar desde tu lugar?

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